domingo, 7 de febrero de 2016

LA LEYENDA DELPUENTE DEL BESO





Había  subido desde la costa de Argel y Tingitania hasta nuestros mares cantábricos, una pequeña flota de piratas berberiscos que, con sus continuas incursiones, tenían atemorizados  a todos los pueblos de la costa desde Avilés hasta Navia. Los barcos berberiscos, más pequeños, ágiles y ligeros  que los grandes barcos de la flota del rey, escapaban de continuo de todas las persecuciones y parecía que fuera imposible detenerlos nunca. Mandaba la flota pirata un moro llamado Cambaral, famosos por la extrema crueldad que mostraba en sus asaltos y por  lo ingenioso de sus ataques. Entre su pericia como capitán y las características  de sus embarcaciones, ciertamente, era difícil capturar  siquiera alguno de los barcos que componían  la flotilla.

    Cansado delas tropelías que cometían  los berberiscos, el señor de la fortaleza de Luarca, también conocida como de la Atalaya, decidió que ya era hora de acabar con ellas y que, dado del fracaso de la flota real, se hacía necesaria una nueva  estrategia que facilitara la captura. Embarcando a sus más fuertes y aguerridos guerreros en sencillas embarcaciones de pesca, bien disimulados entre sus aparejos y artes, salieron a la mar a esperar que apareciese la flota berberisca. A pocas millas de Luarca, se pusieron a pescar con la intención de que los moros les viesen  como un botín fácil y de que, confiadamente, les asaltaran.



    Efectivamente, en cuanto aparecieron los barcos berberiscos y vieron las barcas de pesca, se lanzaron a su ataque. Pero cuál sería su sorpresa, en cuanto se acercaron a ellas, que vieron que de ellas salían decenas de guerreros perfectamente armados y preparados para el abordaje, y que eran las inocentes barcas las que les atacaban  a ellos y no al contrario, como tenían previsto. El combate fue largo y cruento, pero la sorpresa y la maniobrabilidad de las barquillas, dieron toda la ventaja a los luarqueses.

Cambaral fue hecho prisionero, cargado de cadenas y conducidos a la fortaleza de  La Atalaya, en cuyas mazmorras lo encerraron sin curarle siquiera las heridas.

    Mientras el señor de Luarca y sus aliados festejaban el triunfo y preparaban los despachos para anunciarle al rey la buena nueva, la hija del señor, una bella doncella de espíritu generoso y gran corazón, pidieron permiso para curar sus heridas y se dirigió a las mazmorras.

   Había poca luz allí, pero, parece, no les faltaba alguna, pues fue verse, siquiera entre sombras, para que surgiera entre ellos el más puro amor. A pesar de las heridas, o quizás por ellas mismas. Cambaral comenzó a sentir lo que todas sus correrías le habían ocultado: que era huérfano de corazón, que sus fechorías  no lo había evitado nunca y que nunca lo   evitaría, que  podría hallar descanso y sosiego, al fin, en este amor que se le ofrecía. La hija del señor, que nunca había sentido las punzadas del amor noble, curó las heridas casi con veneración, pero también con una congoja que la atenazaba, pues conociendo bien a su padre, sabía cuál iba a ser  el destino de Cambaral y, por ende, más probablemente, el suyo.

  En aquella semioscuridad  se declararon su amor mutuo y se hicieron esas promesas grandilocuentes con que los amantes noveles adornan la adversidad.

  Pero cuando Cambaral se recuperó de sus heridas, volvió a emerger en él su audacia y su ingenio, que tan bien le habían servido en sus correrías por toda la costa, desde Argel hasta el Cantábrico, y planificó la fuga de ambos.



Fue una huida alocada, sin posibilidad de existo, prácticamente, pero los ojos de los amantes no veían sino el momento en el que  su amor podría al fin desplegarse, herirse con sus besos, comunicarse en pasión. No veían  otra cosa que  esa determinación cuando bajaban hacia el puerto desde la fortaleza, escondiéndose en las esquinas, corriendo atropelladamente y buscando, ya en los muelles, el barco de Cambaral que, rápido y ágil como era, hacía ella misma les dirigiría.



  Sin embargo, el señor de la fortaleza ya había sido avisado de la fuga y, con un destacamento de tropas, esperaba a los amantes en el puerto. Allí acabaron sus sueños y pusieron a prueba todas aquellas promesas que se habían hecho;  viendo imposible la huida. Cambaral abrazó a la hija del señor de Luarca; ambos se miraron como si  se estuvieran diciendo algo que no se puede decir (amor que nace a oscuras, oscuro muere); ambos se  besaron como si ya nunca más se pudieran besar (ya nunca los labios volverían a soñar)….



  
  Y así fuera que el señor de Luarca, loco de ira, incapaz de soportar aquel beso que para él era blasfemia, de un solo tajo, cortó ambas cabezas, las cuales fueron a escabullirse, en su beso final, en las frías aguas del puerto, justo donde años después se levantaría  el llamado “ Puente del Beso”





La leyenda de Cambaral ha dejado una gran huella en la villa de Luarca. El barrio de pescadores lleva su nombre y se suele distinguir dentro de él el Cambaral Alto, que es donde habría estado la fortaleza ( hoy en su lugar hay un monumento, llamado , precisamente la Mesa de Cambaral y Cambaral bajo que es donde está el muelle






Otras leyendas hacen de Cambaral un pirata normando que habría desembarcado en Luarca y que habría sido muerto en combate por un tal  Teudo Rico de Villademoros…
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sábado, 30 de enero de 2016

La Leyenda de la Virgen de Navía




Era una tarde en Navia, ese día, como pocas hay, incluso en el mes de agosto, aquí por Asturias. Ya desde por la mañana el cielo había aparecido limpio, un azul mortecino  a las primeras horas, que se iba haciendo cada vez más intenso, según pasaban. A media tarde, cuando ya empezaba a enrojecerse tras el monte Jarrio, el pueblo entero andaba por las calles y aledaños del puerto; los unos preparando la salida de los barcos, los otros paseando, de vuelta del Ribero, donde aún  habían podido aprovechar los rayos del sol. Muchos de recados de  última hora. La mar,  como un plato, prometía lo que se le quisiera pedir, y el buen día que algunos habían aprovechado para ir a la playa, había dejado a los naviegos con un humor  alegre, agradable, sin ganas de muchas broncas o discusiones. Los bares estaban casi vacíos, pero se notaba ya que empezaban a cobrar cierta vida. Era un buen día de verano aquel y hasta a los veraneantes se les había quitado esa mueca de disgusto con que, algunas veces, intentaban paliar el aburrimiento provinciano que induce el ocio.

  También los pescadores se encontraban de buen  humor ; el día había sido bueno, la temporada lo estaba siendo y nada indicaba que fuera a cambiar, así que, casi casi y antes de salir, ya se veían de vuelta a casa con las barcas llenas de merluzas, que últimamente se daban muy bien. Con todas las artes y aparejos preparados, se dispuso a salir la flota, que estaba compuesta por diez lanchas de  seis remos y patrón, cuando el sol ya declinaba hacia una oscuridad intermedia. Dieron sus voces los patrones y partieron las barcas unas  hacia  la peña de  Raimundo, en el medio de la ría, otras hacia el cabo de San Martín. Sin necesidad de alejarse mucho de la costa, pues todavía le quedaba por subir la marea, lanzaron sus aparejos como a dos millas de ella y empezaron a cobrar presas con una rapidez inusitada. Iba todo tan rápido, tanta era la pesca y tan  obcecados  con ella estaban, que apenas se dieron cuenta  de cómo se iba levantando una nube algodonosa  no muy lejos de donde estaban, lo que poco a poco ganaba altura, de que  los bajos de sus rollones se volvían oscuros, de que de pronto, la nube dejaba de ascender en un punto,  como si tuviese algo que le impidiese subir más, de que adoptaba la forma así como la de un yunque allá arriba, de que una tormenta, al  fin se estaba formando, como la copa de un pino, que se dice.

   Los patrones dieron orden enseguida de volver al puerto, pero la tormenta aquella tan rápida como s e había fraguado, tan rápida como se desarrollaba  y el oleaje empezaba a ser algo más que considerable. En estas circunstancias, los remeros poco podían  hacer como no fuera esforzarse cada vez más para avanzar menos, que es lo que solía ocurrir con las barcas de remos. Aun así, después de dos horas de lucha con ese suelo líquido que no dejaba de alzarse, moverse y removerse, llegaron a las cercanías de la barra del puerto  para encontrarse que por allí no podían pasar, tal era el mal aspecto que ofrecía y tan acostumbrados estaban todos a respetar las imposiciones de la naturaleza. Allí empezó el calvario que duraría casi toda la noche, pues avanzar no podían y retroceder menos; obvio es decirlo, que tampoco quedarse allí en medio, con las olas de techumbre y la lluvia por abrigo, era solución de nada, como no lo fuera para acabar con todos los sufrimientos posibles. Algunas  lanchas   ya perdieron sus remos; otras fueron perdiendo hasta la esperanza, y , como siempre pasa cuando las circunstancias aprietan y los remedios se esconden, a alguien se le ocurrió rezarle a la Virgen y todos le siguieron esperando un milagro tal vez, como consuelo, más  probable, ante tanto esfuerzo y sufrimiento.

Apenas sin fuerzas, con una triste resignación que no evitaba momentos de histeria, zarandeados por las olas y ciegos por la lluvia, a la suerte o a la Virgen habían dejado sus propias  suertes los pescadores.

     

Pero de pronto, una de las barcas más castigadas sintió un fuerte golpe, como si ya hubiesen llegado a las rocas o éstas  se dispusiesen a  cobrar el tributo anual que todos los pescadores saben han de pagar  por llevarse del mar lo que suyo es. Sin embargo, en vez de  resquebrajamientos y afiladas aristas manchadas de algas, sintieron los marineros como una extraña estabilidad, como si hubieran quedado fijos y  amarrados; entre los relámpagos deslumbrantes, descubrieron los marineros que la última ola los había dejado en una roca, que la lancha estaba intacta y que  a un lado de  ella se podía ver la imagen de una Virgen con  el Niño en brazos. La apresaron a toda prisa, como si de pronto hubiesen descubierto que habían sido sus rezos los que habían convocado y la intervención de ella la que los salvaría, y con mayor fe que nunca, se postraron ante ella y ante ella rezaron.

     El último relámpago trajo la quietud, como el primero había traído la tormenta. Calmó la mar como por arte de encanto y todos comprendieron que era a aquella Virgen pequeña a la que debían el milagro de su salvación.
 Allí mismo, en aquella roca que desde entonces se conoce como Peña de Nuestra Señora y que solo  a 300 metros está la de Raimundo, proclamaron a la Virgen patrona de los naviegos y volvieron a puerto, a donde  llegaron casi cuando amanecía el día 15 de agosto , allí contaron a todos el milagro y allí mostraron su afortunado origen.

   

 No hizo falta ponerse de acuerdo ni discutir: aquella Virgen 
tendría la iglesia en el pueblo  y el pueblo entero la honraría, entonces y siempre, con el nombre de  NUESTRA SEÑORA DE LA BARCA...

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miércoles, 27 de enero de 2016

LOS DIEZ CENTÌMETROS DEL PANTALÓN


Como el sueldo era escaso y había que ahorrar para otras cosas, don Hermenegildo decidió comprarse el pantalón ya hecho.    Lo único, que había de acortarle diez centímetros en el largo de las piernas.   Después de todo, en su casa había tres mujeres que sabrían hacerlo.  Lo único, que había que acortarle diez centímetros en el largo de las piernas.  Después de todo, en su casa había tres mujeres que sabrían hacerlo.

 

Llegó del trabajo al mediodía, y después del almuerzo, antes de volver a salir para el turno de la tarde, le pidió a su señora que le hiciera el favor de acortarle el pantalón los diez centímetros necesarios, dándole de paso una planchada, a fin de tenerlo listo en la tardecita en que lo necesitaba para ir a una reunión.  Pero encontró a la patrona en un mal momento.

 

         -No, mira, yo no tengo tiempo.  Pídeselo a tu hija, que no tiene nada que hacer, y ahora que está de vacaciones se pasa la tarde en la cama leyendo revistas.  Después  de todo, yo no veo por qué tengo que ser la que aquí hace todo.

 

La respuesta había sido cortante, y era evidente que no había que insistir.  Por eso fue a ver a la joven para pedirle lo mismo.   Pero Alicia se sentía con todos los derechos de gozar de sus vacaciones y no tenía muchas ganas de que le cambiaran  lo que ya había programado para la tarde.

 

         -No, mira: pídeselo a la abuela, que ella sabe hacerlo mejor que yo. Además esta tarde vienen dos amigas y no voy a tener tiempo.  No entiendo por qué en esta casa a una no le dejan, ni siquiera un día, gozar de sus vacaciones.

 

No le quedaban al pobre hombre muchas alternativas más.  Fue a su suegra, y de la manera mas amable que pudo, le pidió el mismo servicio de que le acortara diez centímetros el pantalón que deberían usar esa noche.  Pero estaba de Dios que no tendría suerte.  Porque la madre de su señora respondió que, al fin de cuentas, las otras dos eran más jóvenes.  Que se lo pidiera a alguna de ellas.

 

Medio amargado, don Hermenegildo dejo el bendito pantalón sobre el respaldo de una silla del comedor y salió para su trabajo.  Al rato pasó por allí su esposa, y viendo la prenda, sintió remordimiento por actitud un tanto egoísta.  La cosa era sencilla y se podía hacer en un cuarto de hora.  Se sentó a la máquina de coser, midió los diez centímetros en cada una de las piernas, cortó lo necesario y en dos pasadas dejó el trabajo hecho.  La planchada la haría cuando terminara la siesta.

 

Al rato se levantó la suegra.  Vio el pantalón sobre la silla y también  ella sintió remordimiento por su negatividad.  En realidad, su yerno era mejor que un hijo.  El trabajo era sencillo.  Se caló los anteojos, descosió el dobladillo, acortó los  diez centímetros pedidos y volvió a coser.  La plancha se la pasaría cuando se trajera la otra ropa del tendedor, a fin de no calentarla innecesariamente dos veces.  La electricidad se pagaba son su jubilación.

 

Pero cuando se levantó, Alicia medio malhumorada, el pantalón la esperaba sobe el respaldo de la silla.  No lo pensó dos veces.  Puso una casete, se sentó en el soporte del sofá y descosió el dobladillo.  Midió, sin fijarse demasiado, los famosos diez centímetros, cortó y luego cosió de nuevo.  Calentó la plancha y allí se dio cuenta de lo que había ocurrido.

 

Pero ya era tarde.  Para cuando volvió don Hermenegildo, su pantalón nuevo había quedado como para juntar huevos entre los pastos los días de rocío.

 

 

Con el arrepentimiento se logra a veces calmar la mala conciencia, pero no siempre se soluciona el perjuicio ocasionado.
 
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jueves, 21 de enero de 2016

Las fuentes de Covadonga




Entre las fuentes del Santuario hay dos muy singulares   que hablan del amor; el humano y el divino.

 Una está situada en  el lateral del rectángulo  que forma el estanque donde vierten sus aguas las cascadas, junto a la roca de la Santa Cueva. Nace de la misma cueva a dos metros del suelo, y en abundante  chorro. Don Luis Menéndez  Pidal incluyó este chorro en el centro de una imitación rústica  y graciosa de la Cruz de la Victoria y le dispuso un pilón hexagonal de piedra, en forma de copa, del cual proceden lateralmente siete pequeños chorros.


 Lleva el nombre de “fuente del matrimonio” porque una copla antigua del folclore asturiano dice:

   " La Virgen de Covadonga

Tiene una fuente muy clara

La niña  que de ella bebe

Dentro del año se casa…"






Otra está situada en la plaza de la conjunción de la antigua Colegiata y la Casa de Ejercicios y es monumental.

   Menéndez  Pidal la compuso de dos cuerpos: un basamento  robusto y majestuoso y un antiguo canapé de la época de Carlos III, que anterior mente estaba incrustado en un muro de la escalera próxima. A este canapé llamaban los antiguos el “tiruliru”, o porque  allí se  colocaba el gaitero para tocar los días de fiesta, o  porque la leyenda que ofrece es de difícil lectura y se interrumpían del intento  exclamando como es costumbre “tiruliru, tiluriru,”

  También esta fuente sin matrícula de casamentera, sufría el error  de la apasionada juventud femenina.

      
El agua sale por la boca pétrea de un león y, pasando por dos grandes conchas, cae a un estanque semicircular. El león y la piedra son símbolos de Cristo y el agua, de la Gracia  santificante; las dos conchas representan las manos  de la Virgen ´ (Medianera de las gracias) y el semicírculo es que…. aún quedan muchas ovejas que no son de este redil

  Aquí la fuente vierte su monotonía en silencio que impone la meditación para oír a Dios y examinar la conciencia.

este  barroco monumento Menéndez Pidal grabó  esta leyenda:

REINANdo LA MAGd  DE CARLOSIII Y SIENDO

ABAB DE ESTA COLEGta  Dn  NICOLAS ANTo

CAMPOMANES Y SIERRA SE FABRICARn

LAS ESCALERAS DE ESTA IGLa  EL PAREDn

Q LAS SOSTIne LOS PUENTS DEL MOLINO

Y BAJO DEL SANTUARo Y LA CALZADA DESDE LA

RIBERA A ESTE SITIO. AÑO 1777
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miércoles, 20 de enero de 2016

Breves apuntes sobre la Virgen de Covadonga


Franqueamos la puerta de hierro de la Santa Cueva, que   en su friso ostenta a uno y otro lado estas leyendas:
“AVE MARÍA GRATIA PLENA DOMINUS TECUM BENEDISTA TU MULIERIBUS Y SANCTA MARÍA DE COBADONGA ORA PRO NOBIS”


Destaca en el recinto la imagen de la Virgen que el pueblo denomina cariñosamente  “La Santina”. Su rostro es pacible y gracioso, es erguida sobre un pedestal de piedra. Es como “el precioso olivo de los campos que a todos ofrece fruto y sombra.
   Está en alto  para ser vista por todos: desde los montes, desde el camino, desde el poblado. Viste de seda y oro, pero su talante es de Madre más que de  Reina.
  

La imagen tiene mudo el rostro, pero la escultura pertenece al siglo XVI. No es una obra de arte singular: pero está cargada de historia. Es tradición  que fue donada por el Cabildo de Oviedo al de Covadonga para sustituir a la que pereció en el incendio de 1777.
  




Cuando se creyó  perdida definitivamente la actual imagen, secuestrada durante la guerra, se hicieron gestiones para sustituirla con una imagen de piedra policromada. Del siglo XI al XII que se venera con el título de Covadonga en la parroquia de Cillaperlata (Burgos) y es copia según parece, de la primitiva  románica del Santuario.
El Cabildo ofrecía una réplica perfecta y una compensación a  Cillaperlata .Hoy sigue siendo una idea feliz, ya que hay lugar adecuado en la Santa Cueva para las dos imágenes


La venerada imagen de La Santina sufrió una invasión de carcoma y termitas. Durante seis meses del año 1971 Bellas Artes de Madrid le estuvo aplicando un tratamiento de conservación e inmunización que salvó el grave peligro de la imagen y abrió un nuevo capítulo de su historia. Por sugerencia de  Bellas Artes la imagen se presentó al culto con un manto pero sin vestido de tela ni rostrillo,
   Esto originó una gran polémica entre los que preferían la forma primitiva y entendían que los vestidos eran una sofisticación porque  los vestidos dan a la  imagen su auténtico sentido tradicional.
  En la actualidad, la imagen  se presenta al culto con  manto, vestido y rostrillo


Coronada la reina
Con  capa, manto y rostrillo,

La Santina es una talla policromada  del siglo XVI
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Mendigos


No sólo son Mendigos los que andan por las calles mal vestidos, pidiendo de comer o beber porque tienen hambre, sed o frío. Hay en muchos rincones del mundo, miles de limosneros escondidos; elegantes, con techo, pan y vino, pero carentes de amor y sintiéndose por dentro vacíos. Mendigos de un abrazo, de consuelo, de un beso, una mirada, de la presencia de un verdadero amigo o simplemente de una palabra de cariño. Mendigos que sienten vergüenza de admitir que aunque tienen todo lo material, viven en la pobreza espiritual y se sienten frágiles como niños. Mendigos que darían todo lo que tienen por encontrar el verdadero amor o hallar dentro de sus familias la paz y el calor de hogar. Mendigos que temen volver a amar, porque ya bastante han sufrido han sido traicionados y heridos, tienen miedo de confiar. Hay muchos hombres y mujeres que les cuesta aceptar y expresar la necesidad tan grande que tienen de sentirse realmente amados y valorados; Madres que imploran la atención de sus hijos; abuelos olvidados, niños y jóvenes que aunque lo tienen todo, se sienten abandonados por sus padres. El amor y la amistad no se deben mendigar, se merecen por dignidad. Pero aún así son demasiados los corazones rotos; que aunque por fuera se ven elegantes y bien vestidos; realmente en su interior están destrozados. ¿Cuántas veces hemos pasado por el lado de mendigos de amor y los hemos ignorado? ¿Cuántas veces hemos juzgado mal a personas que hacen lo que hacen, porque están hambrientos de ternura y afecto y nadie se los ha dado? A lo mejor tú o yo algunas veces nos hemos sentido carentes de cariño y anhelamos que alguien nos ame de tal forma que nos devuelvan la ilusión, lográndose reparar y fortalecer nuestro corazón. Son esos momentos en que hemos perdido lo que más hemos querido, o simplemente no hemos encontrado lo que tanto anhelamos, nos sentimos tan solos y deprimidos que creemos perder la razón. Seamos de aquellos que son capaces de brindar a todos amor y amistad, hagamos que amando sin distinción, logremos acabar con esa mendicidad; para que podamos construir un mundo mejor y pueda reinar por fin la paz en cada rincón.

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