Míralo tiene 86 años y ha gastado su vida en el campo. Ha
sufrido las burlas del cielo, las trastadas de la tierra y los empujones del
destino. Sus días empezaban con las primeras caricias del sol y morían con los
primeros balbuceos de la noche.
Diversión poca.
Sufrimiento mucho. Ilusiones, las justas
para no arrojar la guadaña. Fracasos, constantes pero siempre superados.
Ha sido testigo del desplome del campo, de la entrada destemplada en la Europa
comunitaria y tantas veces cruel, de las conversiones de la vaca de
leche en la vaca de carne, del olvido de los métodos trdicionales y del reinado
de la mecanización, de las pensiones justas pero insuficientes y del cambio de carácter
de muchos vecinos : aquella solidaridad, aquella camadería, aquella confianza….
Míralo. Es un
campesino asturiano. Su rostro está arado por el sol despiadado y la lluvia y
el cielo hostiles. Sus manos tienen tantos callos como su memoria, bien surtida
de cosechas perdidas y ganado muerto, de préstamos inacabables y batallas
desiguales. Ha dañado su espalda cargando con el cuchu y llevando la comida a
los cerdos voraces, se ha cortado los dedos incontables veces con la hoz y la
guadaña y se ha dejado la vista en las
madreñas que construía a media noche para utilizarlas a la mañana siguiente. Y
sin embargo, no se arrepiente de nada, porque por el camino también ha quedado
la satisfacción de ver los campos henchidos de maíz esplendoroso, y ha conocido
a buenos vecinos con los que ha peleado a brazo partido cuando era necesario,
en su mesa nunca ha faltado un plato de comida caliente (fabes, berzas, mullido
para la boroña, castañas...) para su familia y en su panera o su hórreo siempre ha habido vivieres suficientes para
no temer los inviernos más hostiles.
afilar la guadaña con la piedra guardada en el zapicu para que no haya yerba que se resista, nadie sabe cómo él adivinar cuando una vaca está a punto de dar a luz o cuando un cerdo necesita la visita de un veterinario. Sus días se cuentan por balagares de hierba apilada sin descanso, por agotadoras sesiones de segado entre julio y agosto, por lentas caminatas entre el carro henchido de la yerba que alimentará al ganado una vez transformada en heno, por interminables jornadas de espalda doblada para recoger las patatas y en definitiva, por tantos miles de horas dedicadas a convivir con ese ser vivo que es el campo, cruel y generoso al mismo tiempo, exigente y comprensivo a la vez, hostil y acogedor en rápida sucesión.
Ahora se
considera un superviviente. De hecho, lo es. Su pueblo, que llegó a albergar a
casi cuarenta vecinos, apenas cuenta ahora con una docena. El cementerio da
cobijo a los que sucumbieron bajo el tiempo. Muchas casas son una ruina, aunque
hay una leve esperanza: al parecer una pareja de madrileños está interesada en
rehabilitar una de ellas para convertirla en hotel rural. Qué gracia, piensa
desde su privilegiada posición a la puerta de su casa cansada. La gente de aquí
quiere irse y la de allí viene aquí a descansar. Ellos no tendrán que forcejear
con los caprichos de la lluvia, que cae cuando no debe y se ausenta cuando se
necesita, ni con los dardos foraces de las nubes que apuntillaron una vaca
carísima en plena tormenta antes de que pudiera ser recogida.
Sí, la vida en el
campo no tiene nada de tranquila, ni mucho menos de aburrida, por mucho que
digan los que no la conocen ¿cómo aburrirse con una agenda tan apretada?,
sembrar, segar, recoger, dar de comer, curar, afilar, construir, arreglar,
comprar, vender, ordeñar, llenar la panera, vaciar la panera….Sólo la matanza
garantiza varios días de diversión: quitarle la vida al cerdo, tarea nada
fácil, abrirlo en canal, vaciarlo, limpiarlo, trocearlo, lavarlo todo,
embutirlo…. Carne para todo el año a cambio de unos días agotadores, Así es el
campo: te exige mucho, pero si sabes cuidarlo y tienes paciencia con él,
también te da mucho. Cuanto más cuides a los cerdos, jamones más rotundos
tendrás
Míralo tiene 86
años y ha sido muy feliz y muy desgraciado en el campo. No conoce otra vida. Ni
siquiera ha podido ayudarse de un tractor: llegó demasiado tarde para su vista
cansada. Si, lo mira bien ha tenido suerte: la jubilación y la ridícula pensión
llegó antes de ver como la entrada en la
CEE puso contra las cuerdas a muchos de sus vecinos por la caída del precio de la
leche, elemento del que se había abusado demasiado (maldita palabra: cuota
láctea, o sea, menos leche, mucha menos leche)
Fuente: Del libro "Un viaje al Paraíso"