La jaula asoma su cabeza y con ella asoman las cabezas,
tristes y negras, los mineros del equipo de rescate. Traen con ellos el cuerpo
sin aliento de uno de sus compañeros atrapado por el desprendimiento
maldito en uno de los pasillos más
profundos y peligroso del pozo. Es un
día gris, no importa cuándo, no importa el nombre del minero muerto, ni el
nombre del pozo fatídico. Lo único que importa es la esencia de la escena, los sentimientos,
las reacciones que se encierran entre sus costuras siempre doloridas.
Las cámaras atrapan cada mirada maltrecha, cada rictus retorcido, cada lágrima fugitiva, cada exclamación mordida: “Maldita mina”.


No es de extrañar
que tantos escritores volvieran su mirada a la mina en busca de inspiración,
porque en ese mundo subterráneo (sembrado
de escogedores, poleas, escombreras,
grisú, picadores, vagonetas, martillos, taladradoras, explosivos, railes…) Late
muy especial la del hombre obligado a vivir sobre el filo de la navaja todos
los días de su vida. Esa rutinaria crispación laboral, que obliga a tomarse
la vida, muy en serio (o sea muy a broma) hace del minero un ser
sobrehumano que apura al máximo cada jirón
de aire puro antes de sustituirlo por el aliento enjaulado de la mina en la que mirará cara a cara las paredes negras,
los pasadizos negros, los rostros negros de sus compañeros, con el temblor de
las linternas iluminando su incertidumbre.
El Caudal baña el valle de Mieres del Camino, malherido por mantos de escombro que taponan el paso de la yerba, alfiletero de puentes y fuente de disgustos con sus desbordamientos frecuentes, flaqueado por edificios sin rumbo que jalonan unas aguas demasiado hermosas para merecer tal destino.

“El abuelo fue
picador, allá en la mina, y arrancando negro carbón, quemó su vida.”

El futuro es tan incierto como lo fue el pasado y como lo es el presente. Ningún minero baja a las tripas de la tierra por placer. Todos cambiarían gustosos su trabajo, por otro cualquiera, pero no es esa la alternativa que se les presenta. Dicen desde los despachos, que el carbón asturiano es más caro que el de otros países. Dicen desde los despachos que Asturias no puede seguir viviendo de las subvenciones. Dicen y dicen, dicen, pero lo cierto es que la mina sigue siendo el único medio de ganarse la vida miles de asturianos a los que no se les puede negar la laboriosidad, la entrega y el valor. Cada día dan una muestra de ello, viendo sus manos, colocándose sus cascos, subiendo a la jaula con una broma en los labios, bajando por las arterias negras abiertas en la tierra negra, hasta alcanzar esa galería negra de aire negro en la que pasaran un manojo de negras horas hasta que la sirena los reclame y los devuelva a la vida, al aire, a la luz: LIBRES
De Tino Pertierra y Eduardo García