La jaula asoma su cabeza y con ella asoman las cabezas,
tristes y negras, los mineros del equipo de rescate. Traen con ellos el cuerpo
sin aliento de uno de sus compañeros atrapado por el desprendimiento
maldito en uno de los pasillos más
profundos y peligroso del pozo. Es un
día gris, no importa cuándo, no importa el nombre del minero muerto, ni el
nombre del pozo fatídico. Lo único que importa es la esencia de la escena, los sentimientos,
las reacciones que se encierran entre sus costuras siempre doloridas.
Las cámaras atrapan cada mirada maltrecha, cada rictus retorcido, cada lágrima fugitiva, cada exclamación mordida: “Maldita mina”.
La memoria de la mina
se nutre de amargura y temor, de valor
y solaridad, de mucha sangre, abundante
sudor y demasiadas lágrimas. Su rostro triste y negro es la otra cara de la
moneda asturiana: aquí no hay montañas esplendorosas, ni playas paradisiacas,
ni fiestas de colores refulgentes. Sólo hay hombres y mujeres condenados a
ganarse la vida en las entrañas de la tierra, siempre con la espada del
accidente (un descuido, un fallo) sobre la cabeza, siempre con el oído atento
al ruido amenazador y el olfato dispuesto a advertir olores extraños... La
mina, esa palabra tan femenina y tan singular que permite a Asturias salir en los telediarios en primer lugar
cuando hay más de tres muertos, que alimenta esas plumas miserables de la
capital que asocian muerte y subvención, que congela el aliento de los
asturianos y paraliza la vida de los pueblos mineros cuando es escoltada por la
palabra TRAGEDIA, tan femenina y plural.
Las cuencas mineras, atrincheradas en el espinazo de Asturias, no son famosas por sus museos o sus teatros, sino por sus pozos. Sama de Langreo en la Cuenca del Nalón cuenta con varios míticos: Mosquitera, María Luisa, Fondón… Allí se fraguo todo un concepto del movimiento obrero, capaz de plantarle cara al mismísimo Franco.
No es de extrañar
que tantos escritores volvieran su mirada a la mina en busca de inspiración,
porque en ese mundo subterráneo (sembrado
de escogedores, poleas, escombreras,
grisú, picadores, vagonetas, martillos, taladradoras, explosivos, railes…) Late
muy especial la del hombre obligado a vivir sobre el filo de la navaja todos
los días de su vida. Esa rutinaria crispación laboral, que obliga a tomarse
la vida, muy en serio (o sea muy a broma) hace del minero un ser
sobrehumano que apura al máximo cada jirón
de aire puro antes de sustituirlo por el aliento enjaulado de la mina en la que mirará cara a cara las paredes negras,
los pasadizos negros, los rostros negros de sus compañeros, con el temblor de
las linternas iluminando su incertidumbre.
El Caudal baña el valle de Mieres del Camino, malherido por mantos de escombro que taponan el paso de la yerba, alfiletero de puentes y fuente de disgustos con sus desbordamientos frecuentes, flaqueado por edificios sin rumbo que jalonan unas aguas demasiado hermosas para merecer tal destino.
Mieres es una hermosa población que imprime carácter en todos aquellos que salieron de ella. Allí nació el cantante que hizo famoso a su abuelo picador Víctor Manuel. Una canción ya mítica que simboliza a la perfección lo que es la mina para quienes han vivido cerca de ella:
“El abuelo fue
picador, allá en la mina, y arrancando negro carbón, quemó su vida.”
La mina, sí, cuna de revoluciones y protestas, de versos rebeldes y besos finales, de sindicalismo agresivo y oscurantismo empresarial, de juventudes roídas por la silicosis y sueldos fugazmente altos. La mina, que horada del paisaje esmeralda con pozos ceñudos y fábricas feas, que hace de la solidaridad una palabra reina y lleva el desánimo a las casas cada vez que se oye la palabra “CIERRE”. La mina, sí, ¿la mina no?
El futuro es tan incierto como lo fue el pasado y como lo es el presente. Ningún minero baja a las tripas de la tierra por placer. Todos cambiarían gustosos su trabajo, por otro cualquiera, pero no es esa la alternativa que se les presenta. Dicen desde los despachos, que el carbón asturiano es más caro que el de otros países. Dicen desde los despachos que Asturias no puede seguir viviendo de las subvenciones. Dicen y dicen, dicen, pero lo cierto es que la mina sigue siendo el único medio de ganarse la vida miles de asturianos a los que no se les puede negar la laboriosidad, la entrega y el valor. Cada día dan una muestra de ello, viendo sus manos, colocándose sus cascos, subiendo a la jaula con una broma en los labios, bajando por las arterias negras abiertas en la tierra negra, hasta alcanzar esa galería negra de aire negro en la que pasaran un manojo de negras horas hasta que la sirena los reclame y los devuelva a la vida, al aire, a la luz: LIBRES
De Tino Pertierra y Eduardo García